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 ESLOVAQUIA (I)

 Escribe el relato: julio

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Estamos justo donde el rio Moravia se une al Danubio, a los pies de lo que una vez fue el castillo de Devín, en Bratislava, al lado de un corazón gigante hecho con los restos, tan herrumbrosos que pareciese que solo con mirarlos te van a transmitir el tétanos, del alambre de espino que en una época formó el telón de acero. Si soy sincero, tengo que reconocer que esto que cuento no es del todo cierto, ya que el corazón original y que sí se hizo con los restos de alambre que surgieron al derribar el telón, misteriosamente desapareció una noche. El que vemos ahora es una reproducción realizada por un artista local poco tiempo después. Avanzamos por una pista asfaltada que en los viejos tiempos del comunismo solo podía ser recorrida por los militares y sus perros, a cada poco metro están los restos de los postes de hormigón que mantenían tensos los alambres.  El paseo se ve jalonado por pequeños monumentos y recordatorios a aquellas personas que querían huir a Europa Occidental y perdieron la vida en el intento.  Frente a nosotros esta Austria, o más bien sus bosques, de la que solo nos separan los no muchas más de 15 metros de anchura del rio Moravia.

Un barco de pasajeros, surca a toda velocidad el Danubio camino de la cercana Viena levantando pequeñas olas que mueren antes de llegar a la orilla, y desde cubierta nos llegan las risas y voces de sus viajeros. En algún lugar, en un estrechamiento del camino cruzamos unos fuertes muros de piedra que sirven junto a unos tablones de madera, que están tirados en el suelo, para salvaguardar esa zona de las crecidas del Danubio y el Moravia. Unas señales en las piedras marcan la altura, y os aseguro que es mucha, a las que pueden llegar aquí las aguas.  

Nos dirigimos al vecino y antiguo pueblo de Devinska y que hoy, es un barrio más de Bratislava, aunque eso sí, puede presumir de ser el más alejado del centro de la ciudad. Es un pueblo normal y corriente, ni bonito ni feo, casas de a lo sumo dos plantas pintadas de blanco, con tejados de teja roja y con macetas llena de flores en las ventanas, que desprende calma y calidez. Hay un bonito café con una pequeña terraza en las que hay mesitas adornadas con pequeñas flores, y en el extrarradio del barrio unos pocos bloques de pisos construidos durante la época socialista. Las casas bajas se desparraman sin mucho orden por el campo y llegan hasta la misma orilla del Moravia, y según nos cuenta Carlos durante los años del telón de acero, estas casas fueron confiscadas a sus dueños para ser entregadas a miembros del partido de los que no había ninguna duda sobre su lealtad al régimen. Ya se sabe que quién evita la tentación….

Pero si estamos aquí es para acercarnos a un puente que salvando el rio Moravia une Austria y Eslovaquia.  Es un puente de acero, moderno y funcional, pintado de blanco, que permite el paso de paseantes y bicicletas y en cuyo centro hay una raya negra pintada en el suelo que marca el límite de ambos países. Quizás penséis y con razón, que tampoco es un puente que merezca una visita y no os faltaría razón, pero este puente tiene detrás de él una historia peculiar. Es un puente construido al poco de la entrada de Eslovaquia en la Comunidad europea con fondos de la misma, y por esas cosas que les da a los políticos de vez en cuando, podemos llamarlo paternalismo, decidieron que fueran los ciudadanos quienes por medio de una votación eligiesen el nombre que debería llevar el puente.  Todo iba más o menos según lo previsto, cuando alguien voto porque el nombre del puente fuese Chuck Norris y creo que no hace falta explicar los motivos. Obviamente el nombre hizo fortuna y arraso en las votaciones. Así que los políticos haciendo caso del sentir del pueblo, podemos llamarlo democracia, decidieron llamarlo puente de la Libertad. Por lo que tenemos un puente que en los libros y guías es llamado de una forma por la que ningún eslovaco que se precie lo reconoce.

Avanzamos por el puente hasta pararnos en la misma frontera, nos hacemos la típica foto con un pie en cada país. Por debajo del puente discurren tranquilas las marrones aguas del Moravia. En el lado austriaco se ven las casas de un pueblo, en el eslovaco, se siguen viendo los restos del telón de acero, la pista de arena, las casamatas y trechos de alambrada, como recordatorio de lo que una vez fue. Debajo de nosotros unos operarios están cortando la hierba con un cortacésped, en un brazo del rio unos pescadores prueban suerte. Estamos los tres solos, salvo por la misteriosa presencia de dos hombres en el extremo eslovaco del puente que intentan pasar desapercibidos, pero que quizás debido a que llevan traje o a que el traje no oculta que son personas corpulentas o a que no tienen ninguna pinta de turista, ni menos de lugareños está claro que no lo consiguen.

Volvemos sobre nuestros pasos y descendemos del puente para dar un paseo por la pradera. Allí me fijo en las casamatas y me parece que están construidas al revés. En lugar de tener las bocanas apuntando hacia el lado del enemigo occidental, apuntan hacia el propio país. Aunque tiene su lógica si piensas que estaban hechas no para interceptar la entrada de un hipotético enemigo, sino para impedir la salida de los reales habitantes del país. Nos acercamos a los restos del telón dejados aquí como museo al aire libre, tres filas de postes, separadas entre sí por más o menos un metro y medio de tierra, y en cada poste varias hileras, no menos de 8, de alambre de espino. Un poco más allá se alza una torre que servía a los soldados para vigilar desde las alturas. Enganchado en los alambres hay pequeños papeles con más nombres de personas que murieron en el intento.  Miro hacia el puente, los dos hombres siguen allí, ahora mirando hacia donde nos encontramos.

Caminamos por un frondoso sendero camino de la orilla cuando nos topamos con un equipo de la televisión eslovaca. Carlos se acerca y pregunta a la redactora que ocurre, le comenta que la nueva embajadora de los EEUU en el país está recorriendo en bicicleta un tramo del viejo telón. Carlos se entretiene hablando con la periodista cuando de repente se arma un revuelvo y los cámaras cogiendo sus herramientas de trabajo se dirigen a la carrera dos metros más allá de donde estábamos parados para ver aparecer un nutrido grupo de ciclista todos ellos uniformados como si fueran el Sky o el Movistar y esto no fuese un recóndito rincón de un pequeño país, sino la etapa reina de la vuelta. Buenas bicis, culotes negros, camisetas blancas con motivos alusivos a la caída del muro, casco para proteger la cabeza de improbables caídas y en medio de este enjambre, una mujer sonriente que no puede ser otra que la embajadora.  La comitiva se para junto a las cámaras y la embajadora sin llegar a descender de la bici hace las consabidas declaraciones, eso sí las hace en eslovaco, al micrófono que le presenta la reportera. Me fijo en que uno de los ciclistas lleva unos calcetines con la bandera estadounidense. Sin pausa el grupo, como si fuese una pandilla veraniega, vuelve a montar en las bicis y se pierde camino del pueblo. Todo muy de película del actor cuyo nombre lleva el puente.

Poco después, nosotros también volvemos al pueblo, observo al mirar hacia el puente que los dos hombres han desaparecido. Antes de volver a Bratislava decidimos hacer una parada en el coqueto café.  Sentados en una de las mesitas disfrutamos de un café, reconozco que hacen muy buen café en Eslovaquia, mientras charlamos sobre lo que acabamos de ver. Poco después estamos recorriendo los bosques que rodean Bratislava camino del centro de la ciudad.


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