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 EL ALENTEJO, MáS ALLá DEL TAJO

 Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana

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EL ALENTEJO: MÁS ALLÁ DEL TAJO

 

 

Acabo de llegar, he estado visitando las grullas, esas aves peregrinas que descansan en la laguna de Gallocanta en la provincia de Teruel después de recorrer miles de kilómetros. Y sin tan apenas tiempo de cambiar de equipaje, aún con barro en las botas emprendo viaje hacia Portugal. Novecientos kilómetros de carretera, muchos menos de los volados por mis admiradas grullas, pero suficientes para triturar cada hueso y músculo de mi cuerpo.

            Atravieso casi todos lo fenómenos atmosféricos: niebla, viento, frío, más niebla, lluvia y sol, por ese orden. Dos horas después de cruzar la frontera hispano-portuguesa, enfilo la calle principal de Évora: Patrimonio de la Humanidad y capital del Alto Alentejo. Un fascinante núcleo medieval rodeado de murallas, monumentos y museos. Me hospedo en un céntrico hotel cerca de la plaza de Giraldo. Necesito descansar un poco antes de seguir, así aprovecho para comenzar mi relato y anotar varias ideas que me revolotean por la cabeza.

            El Alentejo es la región menos desarrollada de nuestro vecino Portugal, muy rural y escasamente poblada, en ella abundan los alcornoques y los olivos, su nombre significa: “Más allá del Tajo”. Mi intención es recorrer el máximo número de pueblos, los más característicos se encuentran en el Bajo Alentejo, aunque podré comprobar más tarde que lo que acabo de afirmar no es del todo cierto.

            Nos encontramos en un periodo vacacional, tan solo quedan dos días para finalizar el año, pero no hay demasiada gente. La autopista se encontraba prácticamente vacía.     

            Se pasaron los buenos tiempos para Portugal, ahora la carestía de la vida es incluso más alta que en España. Un país en bancarrota a causa de los malos gobiernos. Es una nación intervenida económicamente y prácticamente gobernada desde Bruselas. Los portugueses están muy enfadados, indignados a causa de ver como pierden calidad de vida.

            Salgo a la calle para tomar mi primer contacto con ellos. En la plaza Giraldo me acerco a una gran hoguera en la que arden enormes troncos; alrededor del fuego charlan numerosas personas, con gestos serios, como resignados. Turistas y viajeros se acercan a calentarse, aunque en verdad no hace demasiado frío.

Realizo un recorrido nocturno por la acogedora y pequeña ciudad visitando y fotografiando los lugares más emblemáticos.

            Unos meses después de la Revolución de los Claveles en 1974 aparecí por tierras portuguesas, el dinero que necesitabas en esa época para sobrevivir una semana ahora solo llega para pasar escasamente un día.

Estas tierras están irreconocibles. Los impuestos son abusivos, el IVA (impuesto sobre el valor añadido) se en encuentra en el 24%, de los más altos de Europa. Y los servicios públicos han disminuido a niveles sorprendentes. La clase política en el poder solo se esmera en el afán recaudatorio.

Son las ocho de la mañana, me acabo de dar una reparadora ducha y enseguida bajo a desayunar.

Existe algo que me atrae especialmente la atención: La Capela dos Ossos, construida en la iglesia de San Francisco en 1460, allí se recogen los huesos de cinco mil monjes. Los muros y columnas están totalmente cubiertos de tibias, fémures, vértebras y cráneos, un diseño macabro. En la puerta reza una  amenazadora inscripción que trata sobre la transitoriedad de la condición humana: “Nosotros los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”.

Estrechas calles empedradas, así se encuentra toda la ciudad, más tarde comprobaré que esto es común en todo el Alentejo, como los faroles, rejas, balcones… Espacios solitarios, tiendas y restaurantes cerrados, hoy es domingo, el último del año, mañana es treinta y uno de diciembre. Más iglesias, algunos parques rodeados de costosas y trabajadas vallas de hierro forjado. En la entrada de varios templos puedo ver nudos de piedra, símbolo de la dinastía Braganza. Los eruditos escritores, arquitectos y artistas acudían en masa  a la corte, por lo que Évora se llenó de majestuosas mansiones.

Como me recuerda todo este paisaje arquitectónico a los barrios coloniales de muchos países latinoamericanos. Callejeo sin desmayo, la temperatura va subiendo. Entro en algunos patios interiores de los palacetes, se encuentran muy limpios y cuidados. Después de visitar la catedral, me dedico a recorrer el perímetro de la muralla. A la derecha me topo con un barrio de trabajadores y me quedo observando un notable edificio con varias torres terminando en punta. Intento entrar para fotografiarlo, parece el protagonista de una novela negra, por fin veo una verja a mitad de cerrar y penetro hasta la fachada principal. Cuando ya me dispongo a salir… sorprendentemente la puerta está cerrada y no hay forma de abrirla… He podido comprobar, así me parece que se trata de una exclusiva residencia de ancianos. No tengo intención de seguir mucho tiempo en este lugar, por lo que recorro el recinto hasta que encuentro una salida en la parte trasera. Ya estaba poniéndome algo nervioso.

Muy cerca de allí me topo con un restaurante chino y decido entrar a comer. Luego… me espera la visita a un conjunto megalítico que se encuentra a unos quince kilómetros de Évora, es el más importante de la península ibérica y está cerca de un lugar denominado Nossa Senhora de Guadalupe. Se encuentran en una zona muy atractiva, rodeados de alcornoques, puedo ver que a muchos ya les han recortado la corteza de corcho, es como si los dejaran desnudos. Este es un importante recurso en toda la región. Muchas de las piedras tienen forma fálica, otros guardan inscripciones. Apenas me encuentro a dos o tres visitantes. La temperatura es agradable. Todavía queda tarde, así que me encamino unos kilómetros más allá, hasta la pintoresca localidad de Arraiolos. Ya se pone el sol, sus adoquinadas callejas me transportan hasta un magnífico castillo desde donde se puede observar la insultante belleza bañada por los últimos rayos de sol, es un espectáculo que resulta embriagante.

Oscurece mientras desciendo del restaurado castillo a través de acogedoras casas unifamiliares pintadas de azul y amarillo. Tras un reparador té retorno hacia Évora. Esta será mi segunda noche en la ciudad.

Haciendas, hacendados, terratenientes, oligarcas de la tierra… Enormes extensiones de terreno ondulado delimitadas por estacas y alambre, donde pastan caballos, ovejas y reses bravas, capitaneadas desde lujosas mansiones o quintas, como las llaman por aquí. Así es está casi olvidada región, muy similar a la fronteriza Extremadura. Que lejos estoy de este estilo de vida.

Hoy es treinta y uno de diciembre de 2012, acaba de una vez un año especialmente trágico para los trabajadores españoles, ahora me queda mucho mejor decir ibéricos, en el plano económico y social.

Abro la ventana de mi habitación y una columna de niebla se cuela dentro de la misma, se palpa la humedad, ante la evidencia decido abrigarme. Hoy toca visitar varios pueblos en el norte del Alentejo, algunos con el adjetivo de espectaculares. El primero es Evoramonte, su emblema es un castillo rodeado de torres, murallas y almenas. Una histórica ciudad medieval fortificada. En el castillo lucen los nudos de piedra de los Braganza.

Me sorprende gratamente el manto de niebla que se asemeja a un mar situado a mis pies, estas nubes bajas cubren los pueblos encalados, los campos de alcornoques y olivos, el espectáculo es mayúsculo. Arriba en el castillo luce el sol. Se dice que en los días despejados se puede ver Portugal de un extremo a otro. Recorro el pequeño pueblo que se encuentra en el interior del recinto amurallado. Pequeñas casas azules y blancas que se asoman a un paisaje sin horizontes.

La siguiente localidad es Estremoz, en él abundan las canteras y empresas dedicadas al trabajo con el mármol, pero no es esto lo que me ha traído hasta aquí. Lo sábados se celebra el mercado más grande y bullicioso de Portugal. Lo más destacado se sitúa en le barrio viejo, allá arriba en la colina. Las inmensas murallas rodean el núcleo histórico compuesto por una armoniosa plaza, edificios góticos y manuelinos. La torre de Menagem alberga una  lujosa   posada (en España se le llaman Paradores Nacionales), aquí habitó la reina Santa Isabel. Prácticamente todas las construcciones son de mármol, hasta el empedrado de las callejuelas.

Verdaderamente has sido dos localidades que me han sorprendido y han puesto el listón muy alto. Pero… todavía quedan pueblos por visitar, atravieso Barba sin pararme. A los lados puedo ver enormes montañas de bloques de mármol hasta llegar a Villa Viçosa, señorial por excelencia, Me recibe una gran explanada empedrada en perfecta soledad, no veo a nadie, ni tan siquiera hay coches aparcados, este lugar en temporada alta tiene que estar abarrotado. Al fondo de la plaza se puede ver el gran Palacio Ducal. Un edificio de gran envergadura. Los duques de Braganza se instalaron en él durante el siglo XV. Al regresar a Lisboa se llevaron muchos de los tesoros aquí emplazados. Los interiores del palacio albergan varios museos sobre cuadros, carrozas, relojes…, pero hoy es lunes y están cerrados.

Más tarde subo hasta el castillo, éste se encuentra muy bien conservado, su foso, su puente levadizo; el entorno es envidiable. Resulta un paseo muy relajado, la soledad es total y el silencio muy agradecido.

Intento tomar un té en la posada…, atravieso por lujosos salones, el claustro mantiene las celdas abiertas para mostrar los frescos de sus muros, me encuentro con carísimos muebles, alfombras, cuadros antiquísimos…, no me tropiezo con nadie, ni siquiera el bar está atendido, ante extraña situación decido salir, en la recepción ni siquiera reparan en mí, es como si me hubiera convertido en un espectro invisible que se ha paseado por las históricas estancias del sibarita complejo hotelero, y… ¿si hubiera descolgado un cuadro y lo hubiera sacado debajo de mi brazo?

Toca volver a Évora. Necesito descansar antes de la última cena del año. Todavía debo buscar un lugar para hacerlo.

He podido comprobar que en casi todos los pueblos organizan la acogedora hoguera donde arden enormes troncos; me comentan que estas duran todo el periodo navideño, desde luego es un buen punto de reunión donde se puede entablar una conversación con el de al lado.

Mañana es primero de enero, viajaré hacia el sur del Alentejo. Estoy seguro de que van a cambiar muchas cosas.

Llueve de forma desesperada, pero tengo que salir a cenar, se trata de la última. Mi intento de encontrar un restaurante japonés fracasa, lo pude ver  hace dos días, pero ha desaparecido, creo… Mis ropas están como verdaderas sopas. No hay nadie por la calle; así que el primer restaurante que me tropiezo es el candidato final, casi está lleno de lugareños; aunque el servicio es lento, la cena resulta muy sabrosa. Nada más acabar retorno al hotel, sigue lloviendo y las fuerzas no dan para más. Tampoco el ambiente callejero no invita a nada. Este país está sumido en la tristeza y en la obligada austeridad.

El primer día del año aparece húmedo. Me siento vital. Cuando salgo de la ciudad me despide el alegre tañir de las campanas, llaman al primer oficio del año, me parece que todavía no hay nadie levantado.

A mi derecha puedo ver una autovía en proceso de construcción, vaya… creo que ha sido abandonada, han abierto una cicatriz en las mejores tierras, repletas de pasto, alcornoques y olivos. La falta de recursos económicos saca a la luz la estupidez humana.

Una troika compuesta por banqueros y técnicos alemanes gobierna Portugal desde hace mucho tiempo.

El primer pueblo que me encuentro se llama Portel, de él debo destacar el castillo y una estatua ecuestre fabricada en bronce. Cojo algunas naranjas y limones, los cítricos abundan, se encuentran por todos los sitios. Más tarde llega Cuba, sin apenas interés, cabe destacar un monumento a Cristóbal Colón y algunas referencias al descubrimiento de América. Prosigo mi viaje… Según me voy acercando al sur, la temperatura sube; y el paisaje… ¡cómo no! va cambiando.

Ya llego a Beja, la capital del Bajo Alentejo, aquí han depositado sus huellas numerosas culturas. Su prosperidad se debe principalmente a la agricultura. El castillo es lo más destacado. Por toda la ciudad quedan restos de la fiesta de Fin de Año. La noche ha tenido que ser memorable, son las once de la mañana y aún se pueden ver a varios trasnochadores que se resisten a terminar con la celebración. Botellas, vasos, confetis adornan cada rincón de la ciudad. Me dispongo a comer en un restaurante, rodeado de familias completas,  el único que he encontrado abierto.

Nada más llegar a la turística Mertola alquilo una habitación frente al río Guadiana, ya se está poniendo el sol y el espectáculo es incomparable. Me encuentro ante el Parque Natural, lugares vírgenes donde el desarrollo ha pasado de largo. Antes de que oscurezca más subo hasta el castillo, sé que se encuentra cerrado, pero me conformo con ver todo lo que le rodea, que es mucho. Sus antiguos habitantes deben estar entusiasmados. Cerca del fuerte hay un cementerio, una mezquita reconvertida al cristianismo, varias excavaciones arqueológicas de la época romana y abajo… el río Guadiana, tranquilo, quedándose a oscuras.

Otro día con niebla, casi se puede cortar con un cuchillo. Enfilo la antigua carretera hacia la antigua mina de Santo Domingo que tiene su origen en la época romana y fue desmantelada en 1960. Un punto interesante para los estudiosos de la arqueología industrial. La siguiente localidad es Serpa, un núcleo importante en medio de una zona muy despoblada. El pueblo puede estar orgulloso de sus altas murallas, sus puertas fortificadas y su castillo, esto último no puede faltar.

En el camino me tropiezo con Pias, dejando a un lado los frescos de la iglesia del pueblo y su recomendado vino tinto, no existen más motivos para hacer una parada, por lo que continuo hacia Moura: en su castillo, una muchacha mora se arrojó desde lo más alto en el mismo día que murió su prometido a manos de los cristianos cuando atacaban para tomar la fortaleza, también ese era el día de su boda.

Los alentejanos pueden sentirse orgullosos de sus pueblos, con sus estrechas callejuelas adornadas con flores, con sus casas de tan solo una planta inmaculadamente encaladas. Moura dispone de un balneario termal rodeado de un pequeño y coqueto parque, el cual contiene un kiosco de la música.

Después de comer un plato de bacalao al estilo portugués, continuo hacia Monsaraz, bajo mi punto de vista, de lo mejor que se puede ver del Alentejo. Las carreteras y las señalizaciones han bajado de nivel, y me pierdo varias veces. Me está costando llegar. Monsaraz disfruta de un soberbio emplazamiento, en lo alto de una colina con un castillo rodeado de murallas, existe algo curioso, extraordinario: La parte central de esta fortaleza, se utiliza como plaza de toros. Las calles empedradas a distintos niveles, muy bien cuidadas están llenas de figuras propias de un belén, resulta muy original. Casi todas las casas encaladas de azul y blanco se dedican al turismo. El pueblo tiene mucho encanto. Las construcciones disponen de escaleras exteriores y balcones de hierro forjado. Desde lo más alto se puede ver el pantano de Alqueva, su construcción originó mucha polémica por su enorme impacto medio ambiental en la zona. El ecosistema se ha visto perjudicado. Ya se pone el sol, mientras… se conforman unas luces de lo más espectaculares.

Algo cansado… sigo al siguiente pueblo: Reguengos de Monsaraz será el punto final por hoy. Busco una habitación para dormir en la misma plaza, parece un núcleo comercial y burocrático, pero nada más. Un paseo por la zona antes de dormir no me descubre nada interesante.

Casi encima de mi cama tengo el campanario de la magnifica iglesia de Reguengos. Temprano he comenzado a escucharlas, cuando han tocado las siete, he tomado la drástica decisión de vestirme y ponerme en situación de seguir escribiendo mi relato.

Me encuentro en un punto geográfico desde el que puedo girar hacia la derecha y regresar a España, la frontera está cercana, o por el contrario continuar hacia el norte del Alentejo, todavía hay tres o cuatro lugares dignos de visitar. Así que después de desayunar en una cafetería cercana tomaré la decisión.

Quizá sea este el único lugar de Europa que se puedan ver… me refiero a los gitanos viajando, transportándose en un carro tirado por caballerías, en estos días ya he visto un par de escenas similares.

También hay algo que me llama la atención: en las puertas de los bares siempre hay un pequeño grupo de hombres fumando, conversando. Son de rasgos duros, morenos, con patillas alargadas, ropas pasadas de moda y su característica gorra estilo portugués, nos encontramos con el típico habitante de estas tierras, incluida la española Extremadura.

Continuo, estaba escrito, quiero llegar a Portaalegre, una ciudad atractiva, las mansiones le dan a la ciudad cierto aire elegante, su principal fuente económica es su industria textil. El antiguo seminario de la plaza ha sido convertido en un museo, ya se sabe, la falta de vocaciones…; subo al castillo, no me agrada del todo, le han incorporado elementos modernos que no me parecen integrados con la vieja construcción, prosigo al siguiente pueblo: Castelo de Vide, antiguo poblado medieval con su castillo feudal. Lo más característico de este lugar es la judería. El barrio judío contiene la sinagoga más antigua de Portugal. Las serpenteantes calles con sus blancas casas y rasgos góticos le dan un aire especial. Recomiendo encarecidamente visitar este barrio en el que habitaron los antiguos judíos sefardíes. Llego a la sinagoga diez minutos antes de cerrar, se compone de intrincadas escaleras y pequeñas estancias. Salgo y bajo por una callejuela empedrada de fuerte pendiente que me lleva a una romántica fuente, con pilas de bautismo alrededor. En este lugar se bautizaban los judíos.

De regreso hacia la plaza me topo con una cantina acorde con su entorno. Los vecinos están tomando vino tinto, y me decido a comer aquí, una reconstituyente sopa y un filete de vaca. Conozco a un ciudadano que fue el antiguo alcalde de Castelo de Vide, resulta ser el autor de un libro y para mi sorpresa me regala un ejemplar.

Después de una hora atravieso la sierra d’Ossa, viajo hacia el norte en dirección a Marvao, este será el último pueblo que visitaré. En él se encuentra la fortaleza medieval más inexpugnable que haya podido ver en mi vida. Pensaba que ya resultaba imposible superar el listón, pero Marvao lo ha hecho. Situado en la cresta de una colina acantilada; desde arriba se puede avistar todo el terreno que hace frontera con España. Un fuerte fronterizo, aislado, azotado por el viento y la falta de agua. Nadie quería formar parte de su guarnición, generalmente estaba integrada por soldados rebeldes que preferían estar allí antes que ir a prisión. Tiene grandes dimensiones, en su interior se encuentra el núcleo de casas, aún habitadas, se pueden ver puertas fortificadas, pasarelas, atalayas, almenas, aljibes.

Sobre las tres y media de la tarde inicio mi regreso a España, pero esta vez por Cáceres. Casi doce horas después llegaré a Zaragoza. Deseo con fuerza darme una ducha de agua caliente. En los dos últimos lugares donde dormí solo había agua fría.


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