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Nick: HELIOGOBALO

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 SWAKOPMUND

 Escribe el relato: julio

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Según cuenta la leyenda, si a las 12 de la noche, frente a un espejo y con la única luz que proporciona una vela encendida en la mano izquierda pronuncias correctamente tres veces seguidas el nombre de esta bonita ciudad costera, se te aparecerá el alcalde de la misma y te regalará una estancia de cinco días en esta pequeña localidad vacacional.

Nosotros no hicimos nada de eso, pero una soleada mañana dejamos atrás el precioso desierto de Namibia y entrabamos en la ciudad de Swakpmund. La ciudad fue fundada a finales del siglo XIX por los alemanes, por aquel entonces la potencia colonial del territorio, en la costa, rodeada por el desierto de Namibia como principal puerto de lo que entonces se llamaba África del Sudoeste Alemana. Estos, mantuvieron la ciudad hasta el fin de la primera guerra mundial en que paso a manos sudafricanas, sí hay ciudades que nacen marcadas, y pese a que los alemanes solo estuvieron una veintena de años su herencia y presencia se ha conservado de tal manera que a veces parece que estés paseando por una ciudad alemana en lugar de una ciudad de África. Nombres alemanes en los letreros de las calles, edificios que podrían estar en Baviera, apellidos germanos en los nombres de los comercios, pequeñas tiendas decoradas con un gusto muy centroeuropeo que son atendidas por abuelas sonrientes de rojizos mofletes, turistas altos y rubios hablando alemán por doquier, restaurantes que tienen visillos en las ventanas y cuya carta está en inglés y alemán, donde puedes consumir cerveza elaborada siguiendo las leyes de pureza de la cerveza de 1516 y auténticas salchichas alemanas,  y en los que no es raro que de primeras el camarero te pregunte primero en alemán  y luego, si pones cara de que me estás diciendo,  en inglés. No solo eso, si no que los ¿Swakopmundinos? sean del color que sean están tremendamente orgullosos de su herencia alemana.

 

Swakop tal y como la llaman sus habitantes es una ciudad eminentemente de vacaciones y playera, con largos paseos marítimos adornados con bonitos y cuidados jardines con infinidad de chiringuitos playeros donde tomar una cerveza, y hermosas casas que quedan vacías una vez pasada la temporada de verano en Europa, y además esta ciudad es uno de los paraísos surfistas que hay en el mundo, cosa que es fácil de adivinar viendo las enormes olas que rompen en las playas. Como otras ciudades namibias capital incluida da un poco la sensación de ser una ciudad fantasma, donde raramente ves a alguien caminar por la calle y ese sentimiento de soledad se acentúa a partir de la caída del sol, entonces la impresión de ser el protagonista de una película apocalíptica o estar en un capítulo de “The Walking Dead” llega a niveles de paranoia. Igualmente, y pese a que el apartheid terminó con la llegada de la independencia en 1991, no se ve ninguna pareja mixta y esto no es solo exclusivo de esta ciudad, y no me refiero únicamente a parejas de adultos. En los colegios nacionales, si te fijas en los recreos solo ves a niños negros jugando, no ves ningún niño blanco. Y la pregunta que nos surgía a Adri y a mí era la de ¿Dónde estudian los niños blancos? Durante nuestros paseos vimos dos colegios privados con pinta de ser bastante caros así que imaginamos que ahí deberían estar. Lo confirmamos un día que pillamos la salida de uno de estos coles y vimos que la inmensa mayoría de su alumnado era blanco. De un blanco nuclear como decía el anuncio.

Pero seguro que os preguntáis y ya que estoy ahí, y aparte de bares donde se come un estupendo carpacho de antílope y se bebe rica cerveza namibia, que es lo que puedo visitar en la ciudad, además de los diferentes tipos de colegio. Pues la verdad y siendo totalmente sincero no mucho, aunque no por eso hay que dejar de reconocer que la ciudad tiene cierto encanto. Tienes el pequeño faro pintado a bandas  rojas y blancas que desde una colina domina todos los alrededores, el monumento a los soldados alemanes caídos en este territorio en la primera guerra mundial, con los nombres de los desdichados soldados esculpidos en bronce o el bonito y largo embarcadero construido en madera todo ello en un radio de 500 metros y dispersos por la ciudad se pueden admirar las decenas de edificios construidos bajo el influjo colonial germano o directamente en la época colonial alemana. Mención aparte merece el museo de la ciudad.  

Ya sabéis de nuestra curiosidad y dado que no habíamos podido visitar en la mañana un pueblo himba que era nuestro objetivo principal, decidimos darle una oportunidad al pequeño museo. Entramos, pagamos la entrada, es un museo privado y la entrada no es barata, y nos vimos transportados a un museo de hace 100 años, tanto en la exposición en si como en el estilo museístico propiamente dicho. La mayor parte del museo, es una oda a la colonización blanca, mucha ropa militar; de los soldados alemanes, de los marinos alemanes, de los oficiales alemanes, pero también de los soldados sudafricanos, de la policía sudafricana, de los oficiales sudafricanos, réplicas y maquetas de navíos de guerra pertenecientes a la marina imperial alemana, vitrinas con multitud de condecoraciones, con rifles, con prismáticos. Copias a tamaño real de los gigantescos carromatos con los que los colonos germanos se introducían en el interior de namibia, vitrinas con dioramas que intentan mostrar los fondos marinos o la fauna de la sábana.  Una espada portuguesa que demuestra que nuestros vecinos lusos fueron los primeros europeos en andar por estas playas. Reproducciones de habitaciones que nos muestran cómo vivían las familias de los fundadores de la ciudad, la pequeña locomotora del primer ferrocarril que llego a la ciudad. Todo lo anterior ocupa las ¾ partes del museo luego, en una sala anexa hay un espacio algo más moderno, dedicado a los diversos pueblos y culturas que eran los dueños de las tierras antes de la llegada de los  europeos  y en la que en pequeños paneles y junto a enseres y ropas se nos explica la historia de estos pueblos, los  Herero, los Himba, los Sam, los Ovambos… hasta aquí nada que no sea lo propio de un pequeño museo de una pequeña ciudad, pero lo realmente impactante está en una pequeña salita en la segunda planta del museo y a la que quizás porque su entrada no es sencilla de localizar no sube mucha gente. En ella se encuentra la réplica de una calavera, la original está en el museo nacional de namibia, de una persona que vivió en estas tierras hace unos 70000 años y que fue descubierta en los años cincuenta del pasado siglo. Es empezar a leer la explicación que dan a esa calavera y las conclusiones que sacan de la misma y retroceder a una época que yo creía ya superada. En la nota se nos dice que los rasgos de la calavera demuestran fehacientemente y sin ningún tipo de duda que los negros son inferiores a los blancos y que se encuentran en un estadio evolutivo inferior. Adri. y yo tuvimos que leerlo dos veces para asegurarnos de que realmente estábamos leyendo correctamente lo expuesto y que una lectura apresurada no nos estaba jugando una mala pasada.  Estaba claro que la exposición, no se había actualizado desde que se creó el museo en plena época de apartheid.

Visto lo anterior decidimos que el escribir algún exabrupto en el libro de visitas no era lo único que debíamos hacer para mostrar nuestro desacuerdo con lo expuesto, así que, ya que Adri tiene ciertos contactos con una organización antirracista alemana, ya se sabe que eso de poner un nombre alemán en un documento da a este automáticamente un aire de seriedad, aprovechamos para escribir una carta al director del museo exponiendo los motivos de nuestro disgusto con el contenido del mismo. Carta que entregamos a la anciana de rojizas mejillas que se ocupaba de la venta de billetes y que con una sonrisa y muy amable, pero amable de verdad, nos comentó que al ser domingo el director no estaba presente, y nos prometió que se la entregaría en mano el día siguiente a primera hora.

Para serenar nuestros ánimos, también porque no decirlo para aplacar nuestro ánimo consumista, nos dimos una vuelta por el amplio mercadillo de artesanía que hay a la salida del museo. En él se pueden conseguir bonitos objetos a buenos precios, siempre y cuando sepas, no es mi caso, y no te de reparo, soy vergonzoso, el regatear. También es una oportunidad para ver a mujeres Himba en sus trajes tradicionales, esto es una pequeña falda roja atada a la cintura y el resto de su cuerpo cabellos incluidos cubiertos únicamente con pigmentos rojos que hace que destaquen entre todas las demás vendedoras.  Además, y si se lo pides y esto último es importante, no les importa que les hagas fotos.

Son las diez de la noche, cuando salimos del restaurante “The Tug”. Es un local que está situado sobre el inicio del embarcadero de madera. Gracias a ello tiene unas vistas increíbles sobre la playa y esa zona de la ciudad y por sus ventanales hemos disfrutado de una increíble puesta de sol. Es un lugar sencillo, muy agradable pero no muy barato. Hemos cenado unas ostras namibias, nada que ver con las gallegas ni en sabor ni en textura, y un pescado a la plancha, este sí riquísimo, acompañado de una botella de vino blanco sudafricano y nos disponemos a volver caminando a nuestro hotel, del que nos separan no más de 250 metros. Estamos tan cerca, que vemos la silueta del mismo. Cuando vamos a salir, se nos acerca un camarero y muy amablemente nos dice que no es posible, que no podemos ir andando hasta el hotel ya que es peligroso. Le hacemos ver que estamos como mucho a cinco minutos, pero antes de que podamos seguir hablando, nos dice que ya ha pedido un taxi. Un minuto después estamos sentados en un taxi que tardo 20 segundos en llevarnos del restaurante al hotel. En el camino ¡oh sorpresa! no vimos a nadie, pero parece que como ya hemos dicho por las noches las ciudades namibias no son tan seguras como aparentan por el día.


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